Aquello
que más nos debilita más puede fortalecernos
La
Tierra es un campo de batalla, he aquí el Infierno del cual han
hablado todas las religiones a las multitudes; pero el Hombre de
Conocimiento, como todos los sabios que en el mundo son o han sido,
sabe que el
verdadero Infierno se halla se halla en la experiencia de la Tercera
Dimensión,
o sea, en la vida tal y como la conocemos los seres humanos.
En
el Libro de la Salida del Alma a la Luz del Día, mal traducido como
el Libro Egipcio de los Muertos, se narra como el difunto es
conducido por el dios Anubis a la Sala de la Doble Verdad, y su
Corazón es pesado en la balanza, frente a la Pluma de Maat -la
Justicia- para determinar la pureza de sus actos, mientras Thot, el
Escriba Sagrado, toma nota del veredicto de la balanza.
Cuando
el Corazón pesa más que la Pluma de la Justicia, éste es ofrecido
como alimento a Ammyt, el horrible y siempre hambriento monstruo, que
se encuentra a la derecha de la balanza, y que simboliza la
experiencia en la dimensión de la materia más densa, que es
precisamente nuestra Tercera Dimensión.
El
simbolismo de esta historia nos remite al retorno a la materia de
todo aquel que todavía no ha purificado completamente su Ser y
Hacer.
Y
en cada nueva caída en la materia, inevitablemente somos heridos una
y otra vez... Pero hay una
herida más profunda y dolorosa que las demás,
una herida que nos marca de por vida, como un lacerante signo que nos
distingue de los demás, y que con frecuencia nos debilita,
derribándonos y haciendo duro y difícil nuestro camino.
Es
la Herida,
con mayúsculas, la cual, aunque consigamos curarla por completo,
permanecerá en nosotros como una cicatriz indeleble y
característica.
Este
Herida nos
pertenece en primer lugar,
pero también pertenece y es característica de nuestra familia,
nuestro pueblo o nación, y en último término, de la Humanidad.
Junto
a ella, como parte inseparable e insustituible de nuestro equipaje
para la vida, llevamos
también un Don.
Es un
talento,
una habilidad, una capacidad, que nos hace únicos en el mundo,
y que forma la base y a la vez la punta de lanza de nuestro Poder.
Este
Don, que está llamado a ser descubierto, y puesto en práctica para
beneficio del mundo, es una expresión genuina del Amor que Somos, y
al cual, como consecuencia de nuestro proceso de Domesticación,
somos igualmente ajenos.
Al
contrario de nuestra Herida, de la cual solemos ser más conscientes,
pero que intentamos ocultarnos a nosotros mismos y a los demás, el
Don es una cualidad con
frecuencia latente, desconocida para nosotros, que permanece dormida
en lo más profundo de nuestro Ser Inconsciente, custodiado
por nuestra propia Sombra,
una entidad sobre la cual trabajaremos más adelante, pues tiene las
claves de nuestro verdadero crecimiento como Seres Humanos, y aquí
también es adecuado emplear las mayúsculas.
La
Herida y el Don están
íntima y directamente relacionados,
y no podemos descubrir y manifestar nuestro Don si previamente no
hemos reconocido y asumido nuestra propia Herida.
¡Sanar
nuestra Herida es la vía que nos lleva a hacer real nuestro Don!
Porque cada
Herida tiene también su propia bendición,
no es solamente una maldición que nos acompaña, y descubriendo este
elixir de Sabiduría hacemos lo propio con el mayor tesoro que
guardamos en nuestro interior.
Y
de este modo ocurre el prodigio: ¡El
Carbón se transforma en Diamante!
El
dolor -y no el sufrimiento- es
necesario para madurar y adquirir una Consciencia de Adulto,
sana y madura, que sustituya a nuestra bienintencionada, pero
extremadamente vulnerable y engañosa, consciencia infantil; tal y
como enseñó el Buda: “El
dolor es vehículo de Consciencia.”
El
Don se
hace más accesible y manifiesto precisa y principalmente en las
Crisis...
Y también en los momentos de Éxtasis, que son las situaciones en
las cuales el Ego se rinde -al fin- ante lo que no puede controlar:
Manuel
Marques Robles
Coach y Mentor del
Camino del Héroe
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