Una fábula sobre el
Miedo y la Libertad
"El aire se tornaba más
fresco, los horizontes se ensanchaban hasta el infinito, el sol era
más radiante que nunca, ¡Y a cada paso que daba se sentía Arana
más vigorosa!
-Que buena elección he hecho,
que magnífica idea ha sido hacerte caso y seguir tu paso Lutecia!
¡Ahora sí soy libre de verdad! No como mis pobres hermanas allí en
el valle, siempre sometidas a los caprichos del pastor y a las
dentelladas de su perro maldito.
-No quieras digerir la hierba
antes de haberla masticado, Arana! Aún hemos de llegar arriba y
apenas hemos comenzado el camino, este es simplemente un lugar de
paso, lleno de peligros que tú todavía no conoces.
Apenas terminó Lutecia de decir
estas palabras, cuando sus prudentes advertencias cobraron realidad…
Y lo hicieron en forma de una
oscura y siniestra figura, el lobo negro, que guardaba celosamente
aquellos pasos, pues aquel era su territorio ¡Y nadie podía
atravesarlo sin antes enfrentarse a él!
El lobo se acercó bajando raudo
por la falda de la montaña y dispuesto a cobrar el tributo que
exigía a cuantas criaturas se aventuraban en sus dominios… ¡La
vida!
Cara a cara ante ellas, el señor
lobo enseñó sus colmillos, mostrando a la vez sus ojos de demonio y
su negro pelo erizado. Lutecia no perdió ni un segundo en colocarse
en posición de combate, mostrando también sus armas, que eran sus
poderosos cuernos, capaces de chocar contra una roca y partirla; sí,
ella estaba dispuesta a enfrentarse al temible lobo y a franquear el
paso ¡Aunque le fuese la vida en ello!
Pero la pobre Arana no estaba
dispuesta a tal cosa, aterrorizada como nunca antes lo había estado
ante la visión del temible y feroz lobo…
-¡Dios
mío, es enorme! ¡Mucho más grande y fiero que el perro de nuestro
amo! Esos ojos, esos colmillos afilados, ese aullido que parece venir
del mismísimo infierno… Ay, ay, ay. ¡Comida para esta criatura
feroz soy yo!
-¡Rápido Arana! ¡Sube a este
peñasco y quédate a salvo mientras yo rechazo a esta alimaña! Y
mientras esto decía inclinó la testuz para darle a la acometida del
lobo la respuesta que se merecía. Mientras el lobo se recuperaba del
golpe, Lutecia señaló un camino seguro entre las peñas a Arana, un
atajo a las cumbres donde reinaban las cabras montesas y en donde el
lobo no osaría aparecer.
-Escúchame Arana, toma el atajo
que sube por tu derecha hacia la peña grande y síguelo hasta el
final, ¡Hazlo ahora, rápido! Y cuando llegues arriba estarás
segura, ¡hazme caso!
-¿Y que pasará a mis espaldas
mientras tanto? ¿Y si el lobo te vence y viene después a por mí?
Sería como la hierba fresca del amanecer en sus fauces, ay, ay…
¡No! Yo me voy de aquí, que ahora ya he visto el camino a mi valle
¡Y allí no hay lobo que valga!
-¿Qué estás diciendo pequeña?
¿Que vas a volver a la prisión de tu corral, a seguir siendo
esclava de por vida del mezquino de tu amo, como tus pobres hermanas,
que no viven sino que se contentan con sobrevivir? ¿Y qué hay de la
libertad de correr a tu aire, de ser tu propio amo, sin someterte
jamás a nadie?
-Muy cara es la libertad me
parece a mí, que mucho hay que esforzarse para conseguirla y más
aún para mantenerla, y por no tener amo ni celoso guardián que esté
pendiente de mí no tengo tampoco quien me guarde y me proteja. Y
además, aquí todo es nuevo para mí, y todo tengo que aprenderlo
desde el principio y nada tengo de antemano, y allí todo me es ya
conocido y seguro, y para hacer mi día apenas me tengo que esforzar…
-Gracias Lutecia, gracias te doy
por haberme querido ayudar, pero a la vista de tanto peligro y
sacrificio, bien sé ahora lo que de verdad quiero, ¡Volver a la
seguridad de mi corral!
Y
sin decir más, emprendió Arana el camino que ahora ya conocía
hacia el valle en donde se sentía tan segura. Tomó veloz carrera
conseguirlo, pero una vez lo hizo, suspiró aliviada, feliz de volver
a la vida de siempre, que nada le exigía más que conformarse a los
deseos de su amo y nada le daba más que una existencia tranquila y
segura.
Mientras tanto, victoriosa
Lutecia en su enfrentamiento con el lobo, reemprendió tranquilamente
su viaje a su hogar en las altas cumbres, en donde disfrutaba de la
libertad que ella y sus hermanas sabían apreciar. ¡Y es que esa sí
era una vida que realmente se podía disfrutar!”
Moraleja:
Y no olvides que si una vida sin esfuerzo ni peligro quieres tener, del valle no has de pasar y cada noche al corral has de volver, y confórmate con esta suerte, pues de hierba fresca y mullido lecho cada día podrás disfrutar.Pero si quieres ser libre y a nadie someterte, y disfrutar de la vida a cada instante, con pasión e inspiración, sabiendo que al fin llegarás a donde has de llegar, pleno de amor y sabiduría, y partir de este mundo con una sonrisa en los labios y el saco vacío de arrepentimiento, el precio estipulado has de pagar, pues has de saber que ni en la tierra ni en el cielo ningún regalo ni tesoro nos es negado si de corazón lo merecemos, y tenemos la osadía y el valor de pedirlo.
Manuel Marques Robles
Si no has leído la 1ª y la 2ª
partes, aquí puedes hacerlo:
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Gracias Manuel , esta valiosa historia me ha encantado, reflexionabdo cada día más sobre cuàl es el precio que estoy dispuesta a correr por seguir alcanzando el éxito... !
ResponderEliminarHola Siaolis, precisamente esa es la idea de la fábula, transmitir un mensaje de compromiso con la verdadera libertad a la cual tenemos derecho como seres humanos. La sociedad nos la arrebata y nosotros hemos de recuperarla, enfrentándonos a nuestro miedo, representado por el personaje del lobo, y también a nuestra necesidad de buscar la seguridad a cualquier precio.
ResponderEliminarQué maravilloso! Gracias por compartirlo! Bendiciones!!!!
ResponderEliminarHola Natacha. De nada; muchas gracias a ti por tu interés y tus buenos deseos.¡Un saludo!.
EliminarQué interesante el tema del "precio a pagar" por la Libertad, Manuel! Yo no suelo planteármelo porque siempre fui una "cabra solitaria", pero me ayuda mucho tu fábula para ponerme en el pelaje de la gente que ha de aprender a soltar sus apegos a lo material y lo gregario -si ha llegado su momento, claro-. Gracias, bendiciones!!
ResponderEliminarHola Clara C.M. La verdadera Libertad es un bien precioso, porque sin libertad no se puede vivir, solo se puede sobrevivir... Y dado que nacemos en una prisión psicológica, hemos de adquirir la consciencia de quiénes somos, y para qué estamos aquí, y así es como rompemos las cadenas, los apegos, las mentiras y la necesidad de pertenecer al rebaño para sentirnos seguros.
EliminarYo nací en cautividad, pero aprendí -y sigo haciéndolo- y brincar entre las rocas de las altas montañas en libertad, y la mayor parte del tiempo en solitario o acompañado de unos pocos, pero eso también parte del precio a pagar, ¡y yo lo hago con mucho gusto!
Y todo el mundo tiene su momento para despertar, a todos les llega la oportunidad de poder escapar del rebaño y atreverse a vivir en libertad, bajo su propia y única responsabilidad; afortunadamente vivimos tiempos muy propicios para esa clase de oportunidades, nunca antes como ahora, ¡así que adelante!
Muy bonito,pero cuando se tienen hijos se tiene mucho mas miedo a los riesgos,porque debes protegerlos ellos.Asi que se acaba resignando un. Viviendo en el rebaño aunque le pese!!
ResponderEliminarEs cierto que cuando tienes hijos ellos son lo primero, porque están bajo nuestra protección; sin embargo, y precisamente por eso, podemos educarles con nuestro propio ejemplo, viviendo -en la medida de nuestras posibilidades- en esa libertad de ser y hacer. Ese es nuestro mejor regalo para ellos.
EliminarAl final recordamos a nuestros padres no por sus cuidados materiales, sino por el ejemplo que nos dieron, por cómo vivieron, porque cuando somos niños son nuestro ejemplo a seguir.
Si hemos de vivir en el rebaño, o sea, en los límites que nos marca la sociedad, al menos podemos ser la "oveja negra" que les muestre el camino para ser ellos mismos, aunque la sociedad nos regañe por ello. Al fin y al cabo, el mayor riesgo en la vida es no arriesgar, dejando pasar la vida de lado; y esto no son palabras bonitas, es parte de mi experiencia y de la personas muy cercanas a mi que lo aprendieron demasiado tarde.